Entre estas líneas se encuentra la opacidad de mi persona. No soy como me perciben, o no quiero creerlo ahora. Pasa un año y las cosas se complican, la gente cambia, el ambiente, y yo: muto. Por primera vez en mi vida la celebración del Año Nuevo no fue un ritual, no hubo uvas, ni abrazos, ni risas, fue simplemente una vuelta al calendario.
Me sigo preguntando por qué la llegada del Año Nuevo se transforma en una víspera de prosperidad para el mundo, por qué a veces resulta necesaria para "renovar" -aunque sea por un instante- objetos, actitudes, rencores. Qué se debe esperar. Por qué hemos de negar lo que tenemos y lo que somos para convertirnos en alguien mejor y no valorarnos por el simple hecho de existir.
He tenido días mejores. Hoy me abruma la melancolía. Soy presa de la nostalgia de una casa plagada de gente con el afán de divertirse, de vivir la vida como si no existiera un mañana. Extraño la música, las sonrisas sinceras y el tibio abrazo de una abuela que anhela ver crecer a su familia y prosperar.
Hoy mis recuerdos se han convertido en sombras que no volverán. Abrí los ojos una mañana para darme cuenta de que esa infancia maravillosa no era más que un escaparate. A veces las familias no perduran y se reducen tan sólo a los miembros más cercanos, al núcleo al que pertenezco esperando que no sea disuelto a pesar de las adversidades.
Mi abuela murió hace casi quince años y creo que nunca la había extrañado tanto como lo hago el día de hoy.
2 comentarios:
Pues yo me acordé de ti en Año Nuevo.
Ya escribe, por favor.
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